En una ocasión vi en el cine un corto en el que una tribu centroeuropea en una época sin determinar, pero que podía situarse en la Edad Media, sufría enfermedades y malformaciones congénitas. La película comenzaba con la imagen de una familia que arrastraba por un camino enfangado un carro cargado hasta arriba con enseres domésticos, el barro les llegaba hasta las rodillas, los mulos no podían continuar, las ruedas se atascaban mientras una lluvia fina pero inmisericorde regaba los campos y hacía aún más difícil la marcha. Por fin llegaban a una gris y oscura aldea medieval. Sus habitantes eran hombres, mujeres y niños con enfermedades hereditarias: enanos, mongólicos, seres deformes y retrasados.

Les comunicaron que podían quedarse hasta que el tiempo mejorase pero que era preferible que salieran temprano a la mañana siguiente pues el lugar, les dijeron, estaba maldito, el aire era irrespirable y estaba lleno de miasmas que provocaban extrañas enfermedades a quienes pasaban en esos parajes demasiado tiempo. Al anochecer llegó también al pueblo un grupo de sacerdotes de un monasterio cercano con el fin de rezar para que los malos espíritus abandonaran el lugar. A petición del jefe del villorrio realizaron exorcismos, extraños rituales, misas y diversas ceremonias.

A la mañana del día siguiente llegó también el obispo de una ciudad lejana con un pelotón de soldados y una numerosa comitiva de curas y monjes, tras un largo ceremonial los soldados pusieron cerco al pueblo impidiendo entrar o salir a nadie. El padre y el hijo mayor de los recién llegados protestaron pero la única respuesta fue un tremendo golpe que recibió el primogénito en la cabeza. Por orden del Rey nadie podía salir ni entrar en aquel lugar.

Ese mismo día al atardecer, una neblina comenzó a cubrir las casuchas del caserío, mientras sus habitantes realizaban trabajosamente sus quehaceres cotidianos con sus deformaciones y discapacidades. De repente la cámara nos muestra ciertos detalles que, en un principio parecen errores del director de vestuario, un reloj asoma por entre el manto de una mujeruca, un carro parado tras una cabaña resulta que tiene ruedas de neumáticos… en otro plano la cámara enfoca a la familia de viajeros y al hijo mal herido que es cuidado por el padre con cariño y al mismo tiempo con profesionalidad, la madre diligentemente calienta un brebaje al fuego mientras el cabeza de familia con parsimonia y extremo cuidado saca de un estuche un preciado objeto, ¡un termómetro clínico! Definitivamente algo no encaja.

El padre resulta que es un galeno renombrado que va camino de la corte a donde ha sido llamado por el Rey, gracias a su influencia y tras cierto desconcierto por parte del capitán a cargo del pelotón de soldados, consigue que finalmente le permitan salir de aquel agujero infecto a él y a su familia. Se ponen en camino y después de unas duras jornadas de barro y sudores, por fin llegan a la corte.

El centro del olvidado reino no es más que un pequeño núcleo urbano, donde ciertos detalles vuelven a trastocar nuestros prejuicios: hay asfalto en las calles mojadas y sucias por donde circulan carros de bueyes, algunos están cubiertos con chapas herrumbrosas que recuerdan antiguos automóviles, otros son auténticos carromatos de campesinos medievales, un semáforo enrojecido por el óxido es utilizado como fuste para una bandera…

Nuestro protagonista entra en el Palacio Real, poco más que un castillo destartalado y ruinoso, y es recibido con alborozo. Inmediatamente se pone a tratar al Rey a su familia de distintas dolencias. Es tan bien tratado y estimado por la realeza como reconocido por los súbditos a quienes también atiende cuando sus obligaciones se lo permiten. Pero no se olvida del villorrio donde quedó atrapado semanas antes y comienza a indagar sobre el problema que aqueja a sus gentes, algunos colegas con los que habla conocen el extraño caso de la aldea maldita como la llaman pero no saben qué explicación dar a tantas deformaciones y enfermedades como padecen sus habitantes.

Finalmente, en la biblioteca del monasterio contiguo al Palacio, nuestro protagonista encuentra unos antiguos documentos que hablan de las deformaciones y enfermedades congénitas que produce una extraña energía llamada, según unos textos nuclear y según otros atómica, los textos describen también las extrañas construcciones que crean esa energía capaz de producir dichas afecciones. Una larga investigación posterior da como resultado que el villorrio del comienzo de la historia está situado cerca de uno de esos edificios misteriosos de los que emana esa fuerza nociva.

– Esas construcciones producen en su interior un veneno cuyo efecto perdura siglos, aunque no estén en funcionamiento –explica el médico al rey, quien finalmente accede a que un regimiento de su ejército excave la montaña cercana al pueblo para verificar las sospechas del galeno.

Por último, los soldados descubren tras varias semanas de trabajo, parte de una siniestra mole de hierros y cemento que sobresale entre los campos de cebada cual templo consagrado a una deidad maligna. Todos los habitantes de la zona quedan mudos de admiración contemplando esa estructura. Se trata de un edificio de casi cien metros de alto coronado por una inmensa cúpula y flanqueado por dos grandes torres. Todo cubierto parcialmente por tierra, lodo y maleza.

Un último plano nos muestra un cartel embarrado: Chernobil.